¿SABÉS DÓNDE HAY UNA GRUTA EN EL MEDIO DE LA CALLE Y QUE VIRGEN SE ENCUENTRA ALLÍ?



Merlo tiene muchas cosas que nos pasan desapercibidas, quizá todos los días pasamos por lugares o cerca de cosas que no conocemos su historia o que significan. Una de ellas se encuentra en la calle Martín Fierro y 9 de Julio en la localidad de Libertad. En el medio de la calle hace ya muchos años se encuentra una gruta con una imagen de la Virgen de Lourdes, la cual se halla cubierta de placas y carteles de agradecimiento de los vecinos a los cuales les ha cumplido sus pedidos y siempre hay velas prendidas de los fieles devotos que se acercan a visitarla, pero ¿realmente conocen la historia de la Virgen de Lourdes?



La historia comienza un 11 de febrero de 1858, en la villa francesa de Lourdes, a orilla del río Gave, el último día de Carnaval, en una mañana fría y lluviosa, cuando una niña de 14 años, llamada Bernadette (Bernardita) Soubirous que había nacido el 07 de enero de 1844, salió junto a dos amigas, en búsqueda de leña en la Roca de Masabielle. Para ello, tenía que atravesar un pequeño río, pero como Bernardita sufría de asma, no podía meter los pies en agua fría, y las aguas de aquel riachuelo estaban muy heladas. Por eso ella se quedó a un lado del río, mientras las dos compañeras iban a buscar la leña. Cuando descansaba, Bernardita oyó un sordo ruido como proveniente de un trueno lejano. Intrigada, miró a su alrededor y no vio nada, pero entonces, el ruido se presentó nuevamente y cuando Bernardita volteó hacia la Gruta observó como un rosal silvestre que estiraba sus ramas por una abertura de la roca, se agitaba como sacudido por un fuerte viento. Al mismo instante, del fondo de la gruta salió una inmensa nube dorada y tras ella, una joven señora que se posó en la rama más alta del rosal.



Así relató Bernardita su encuentro con esta señora: "Ella venía toda vestida de blanco, con un cinturón azul, un rosario entre sus dedos y una rosa dorada en cada pie. Me saludó inclinando la cabeza. Yo, creyendo que estaba soñando, me restregué los ojos; pero levantando la vista observé de nuevo a la hermosa Señora que me sonreía y me hacía señas de que me acercara. Pero yo no me atrevía. No es que tuviera miedo, porque cuando uno tiene miedo huye, y yo me hubiera quedado allí mirándola toda la vida, entonces se me ocurrió rezar y saqué el rosario. Me arrodillé y vi que la Señora se santiguaba al mismo tiempo que yo. Mientras iba pasando las cuentas del rosario, Ella escuchaba las Avemarías sin decir nada, pero pasando también por sus manos las cuentas del rosario. Y cuando yo decía el Gloria al Padre, Ella lo decía también, inclinando un poco la cabeza. Terminando el rosario, me sonrió otra vez y retrocediendo hacia las sombras de la gruta, desapareció".







A los pocos días, la Virgen se le vuelve a aparecer a Bernardita en la misma gruta. Sin embargo, al enterarse su madre se disgustó mucho creyendo que su hija estaba inventando cuentos y le prohibió a su hija volver a la roca y a la gruta de Masabielle.





A pesar de la prohibición, muchos amigos de Bernardita le pedía que vuelva a la gruta; ante ello, su mamá le dijo que consultara con su padre, el señor Soubiruos, después de pensar y dudar, le permitió volver el 18 de febrero. Esta vez, Bernardita fue acompañada por varias personas, que con rosarios y agua bendita esperaban aclarar y confirmar lo narrado. Al llegar todos los presentes comenzaron a rezar el rosario; es en ese momento que Nuestra Madre se aparece por tercera vez. Bernardita narra así esta aparición: "Cuando estábamos rezando el tercer misterio, la misma Señora vestida de blanco se hizo presente como la vez anterior. Yo exclamé: 'Ahí está'. Pero los demás no la veían. Entonces una vecina me acercó el agua bendita y yo lancé unas gotas de dicha agua hacia la visión. La Señora se sonrió e hizo la señal de la cruz. Yo le dije: 'Si vienes de parte de Dios, acércate'. Ella dio un paso hacia delante". Luego, la Virgen le dijo a Bernadette: "Ven aquí durante quince días seguidos". La niña le prometió hacerlo y la Señora le expresó "Yo te prometo que serás muy feliz, no en este mundo, sino en el otro".




Mientras tanto, la curiosidad de los habitantes del pueblo de Lourdes y otros poblados vecinos aumentaba y cada día era mayor el número de personas que acompañaban a la niña a la gruta, aunque únicamente la pequeña niña podía ver a la señora, las demás personas eran testigos de la transformación que Bernardita sufría cuando estaba ante la gruta. En otras palabras, entraba en éxtasis, su cara se quedaba pálida pero resplandeciente, y hermosa como la de un ángel. Su mirada fija en la entrada de la cueva acompañada de una expresión de serenidad y alegría. Ante la reiterada petición de Bernardita para que revelara su nombre, el 25 de marzo de 1858 (en su decimosexta aparición) la Madre María le dijo: " Yo soy La Inmaculada Concepción". Bernardita fue a ver al obispo, quien le pidió una prueba: "la señora debía hacer florecer un rosal en presencia de todos los testigos que acudían a la gruta". Sin embargo, esta prueba no fue concedida. En su lugar, la señora dio una prueba mucho más valiosa y perdurable: el último día de los quince, la señora pidió a Bernardita que cavara con sus manos la tierra al pie de la gruta, la niña obedeció e inmediatamente comenzó a brotar un manantial de agua cristalina. Las personas comenzaron a tomar de esa agua para llevar a los enfermos y ese mismo día los primeros milagros sucedieron: un hombre ciego lavó sus ojos con el agua y pudo ver nuevamente, una mujer bañó a su hijo paralítico y éste pudo caminar, dicho manantial es meta de peregrinaciones por parte de muchos católicos y que ha sido testigo de numerosos milagros. El manantial que brotó aquel 25 de febrero de 1858 produce cien mil litros de agua por día, de forma continua desde aquella fecha hasta nuestros días.




Luego de esa última aparición Bernardita ingresó a la orden religiosa de las hermanas enfermeras, a la edad de 22 años, y permaneció allí hasta su muerte a los 34 años de edad. El 18 de enero de 1862, el anciano obispo de Tarbes publicó la carta pastoral con la cual declaró que "la Inmaculada Madre de Dios se ha aparecido verdaderamente a Bernardita en Lourdes". En ese mismo año, el papa Pío IX autorizó al obispo local para que permitiera la veneración de la Virgen María en Lourdes.


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